Esta tarde de viernes fue muy inusual para mí. Inusual porque, ya sabes, los malos hábitos se dan con tanta facilidad: pensé que recibirías un trato especial por tu parte. Como una elegida. Pero no. Me pusiste con los demás, con todos los demás, y solo vi nalgas de hombres frente a mí, y me vi como ellos, a cuatro patas y desnuda, con las manos en la cabeza, y nada de ti que indicara que me considerabas más importante que nadie. Todo lo contrario, de hecho. Me abofetearon, me escupieron, me insultaron e incluso me patearon. Tuve que soportar una paliza de una ama, pero sobre todo, golpes en los testículos, tumbada boca arriba y gimiendo. Solo quería verte, y empecé a tener una erección al verte delante, encima de mí. Deseé haberme puesto tan duro como quisiera y ofrecerte mi pene: "¡Soy tuya!". "¡Tu turno! ¡Tu turno!", gritó. Pero no: en cambio, tus comentarios me pusieron en mi lugar.
Y entonces ocurrió algo asombroso: me concentré de verdad en el dictado , porque allí también quería destacar. Igual que en el colegio. Y esperando un "Bien hecho, Daniel" de ti. ¡Qué tontería, ¿verdad?!... ¡No era un juego! De verdad quería ser digna de ti, y al final, cometí siete errores. Me dolió muchísimo. Me sentí fatal. Antes incluso de que corrigieras mi papel, hiciste una bola con un trozo y me lo metiste en la boca, y mientras me dejabas allí a gatas, ignorándome por completo, empecé a babear sin control. Lo cual fue profundamente humillante. Fue el "presidente" quien, cuando tuve que subirme al regazo del profesor para recibir la nalgada, pensó en quitar la bola de papel para poder contar los golpes. No tú. Definitivamente me trataron igual que a todos los demás. Ya no tenía ningún derecho, salvo los que tenían o no tenían los demás. Pero repito, lo que me impactó fue que lo que se suponía que era un juego ya no lo era para mí. Porque solo anhelaba una cosa: que me destacaras un poco antes del final. Poder frotar mi cabeza contra tus piernas, contra tus muslos.
Lo que finalmente me concediste. Con increíble amabilidad, después de explicarte que acababa de enterarme del fallecimiento de mi amigo Maurice, quien fue mi primer mentor, y quien se habría alegrado muchísimo de verme a los pies de la Ama más hermosa que puedas imaginar. Fuiste magnífica en tu amabilidad y comprensión.
Y entonces me encontré de nuevo contra ti al final, soñando contra tu muslo, ¿y sabes qué soñaba?... ¡Que estaba contra tu muslo! Fue Pascal quien rompió la burbuja del sueño; era hora de volver a la realidad.
Pero gracias. Gracias. Gracias.
Daniel







